lunes, 7 de julio de 2008

¿Hasta cuándo?

Alex Lemun, Matías Catrileo, jóvenes guerreros asesinados.
Patricia Troncoso, Elena Varela, valerosas mujeres con sensibilidad, con fuerza. A mi parecer, para hablar y mostrar (lo que no está en discusión).

Elena Varela: Productora, guionista, cineasta, compositora, gestora cultural, directora de ‘Ojo film’, fundadora de la ‘Escuela de todas las artes’ y de la ‘Orquesta sinfónica de niños de Panguipulli’. Acusada de financiar y de la autoría de dos asaltos.
Pero ese no es su crimen. El crimen mas grande y el por qué esta siendo procesada es por su documental que pronto seria entrenado, ‘Newen mapuche’ (fuerza gente de la tierra).
Encarcelada, humillada, sola, incomunicada, “sin derechos” por atreverse a mostrar la verdad. Hoy, sin ser mapuche, está siendo tratada como si lo fuera, está viviendo la represión que por siglos ha vivido mi pueblo.
Ha sido noticia por unos días, mostrando su rostro casi imperceptible.
Sus familiares y amigos han sido amenazados. Su productora, por supuesto que fue allanada y destruida el material de ‘Newen mapuche’, recopilación de cuatro años, incautado seguramente para sacar información contra las personas que fueron entrevistadas.
Ella no es la primera ni la última. Han sido muchos los periodistas, documentalistas y estudiantes, nacionales y extranjeros, que cuando los interceptan grabando o acercándose a las zonas de conflicto son amenazados, muchos golpeados y expulsados del lugar, inclusive del país, no sin antes quitarles todo el material (fotos, grabaciones, audio, etc.).
Pero eso no se sabe, no es noticia, a nadie le interesa escuchar ese tipo de información; el resto del país y del mundo no se imagina qué pasa, y cada vez que se alza la voz dicen: “ya salieron los problemáticos, ¿para qué quieren más tierra?”.
Bueno, quizás para dejar de viajar a ciudades más grandes, para poder trabajar y alimentar a nuestras familias y dejar de ejercer los “excelentes trabajos” que por siglos nos han asignados: Empleadas (sin ofender), basureros, panaderos, temporeros. En fin, todo trabajo es digno -si fueran dignas las condiciones, la paga y el trato-.
Ni aún así, desearía que mi gente no estuviera hacinada en una hectárea, los más afortunados. Otros no tienen nada y viven de allegados. Esta realidad golpea también a las familias chilenas.
Pero mi gente, a diferencia de ellos, no está acostumbrada, ni lo van a estar, a no poder plantar, criar sus animales, a donde nazcan los hijos libres, en contacto con la naturaleza.

Los últimos estudios arrojan que aproximadamente un 84% de la población chilena tiene algún origen o parentesco mapuche.
Es una vergüenza, que en este tiempo, con el nivel de conocimiento y de avance tecnológico, que el resto de chile no sepa porque estamos luchando. Es una postura muy cómoda sentarse frente al televisor y que les digan qué hacer y en qué creer.
Considerando que los grandes consorcios también son dueños o socios de las grandes forestales y también de la información, “dueños de su verdad”, se podría decir (diarios, revistas, canales de TV, emisoras radiales), dueños también de hasta el papel con el que vamos al baño.
Bueno, nosotros conocemos esos nombres que no por nada se repiten: Nombres de las principales forestales, sus dueños, sus socios y sus accionistas; Nombres de los principales terratenientes; Nombres de los poderes judiciales, que tienen una, que otras acciones implicadas; Las fuerzas policiales, vasallos de todos ellos, cuidando y protegiendo.
Las forestales y los fundos en conflicto día y noche con del “bandolero”, perdón, mis hermanos.
Pobre del que pase y tenga cara de mapuche, porque lo empapelan en partes, y si necesitan a un culpable de algo, ya cayó uno. Los autos de sus amos, en cambio, pueden exceder el límite de velocidad, pueden infringir todas las leyes del tránsito, pero en los juzgados policiales no encontraremos nunca un parte con sus nombres o apellidos extranjeros. Por supuestos gringos, italianos, franceses, en fin, no vamos a caer en el juego de ellos, de discriminación por el apellido.
Suena fuerte, a propósito de nombres y apellidos, Hernán Tizano: Seudo guerrilla, compuesta por los mismos de siempre, terratenientes armados, porque ellos si tienen los medios para comprar armas, balas, camionetas todo terreno. Mis hermanos, en cambio, a lo mucho un coligue, una que otra piedrecita, ah, y una caja de fósforos (es chiste). Bueno, este grupo nacionalista, derechista, son como un ‘Ku Kux Klan’ criollo, pero al peo. Atemorizan y agreden a las mujeres, ancianos y niños, porque a los padres y jóvenes los meten presos con cualquier excusa, con testigos falsos y encapuchados.
“Winka tregua”, decía mi abuelo -perro ladrón-, sabias palabras. Llegaron con lo puesto, muchos arrancando de sus propias guerras, llegaron sin raíces, sin pasado, sin pueblo, sin memoria, allegados a una tierra, a unos dioses, a una nación, que no supieron valorar, entender y respetar. Pero el estado chileno los invitó y les dio otra porción de nuestras tierras, sumadas a las que los españoles y los propios chilenos nos habían robado antes. Pero ahora se nos quito o se nos robo con otro pretexto y bajo otro nombre: “Expropiación”.
A los nuevos vecinos les dieron muchas facilidades, hasta plata por colonizarnos. Gobierno de turno, Montt. El resto de tierras que adquirieron ellos, se sintieron con el derecho de tomarlas, como según ellos, mis hermanos no las trabajaban, sus mentecitas depredadoras, ansiosas de consumir, como si no existiera un mañana. Siguieron quitando lo que quedaba a través de engaños, agobios, amedrentamientos (mis hermanos no sabían leer ni escribir).
Cuantas mujeres violadas, cuantos niños, jóvenes, ancianos golpeados y muertos, otros arrancaban con lo puesto, dejando todo atrás: tierras, animales, ropa, joyas sagradas para nosotras, pasadas de madres a hijas por generaciones, todo quedaba en sus manos. Y hoy no falta el que por casualidad tiene un pequeño museo con joyas mapuches, sabemos que no pagaron por ellas, pues simplemente, no tienen precio.
Siempre se sintieron superiores, y de hecho siempre contaron con toda la simpatía del gobierno, a diferencia de nosotros.

A Elena Varela se le condena por su sensibilidad al escuchar el lamento de mi pueblo, un pueblo por siglos robado, estafado, humillado, empobrecido, dividido, sin derecho a exigir, a llorar.
¿Qué es lo tan grave que ha hecho?, ¿querer mostrar la verdad, la realidad?.
Ahora si a esto le llaman incitar, sublevar al pueblo mapuche, posiblemente cuando mi pueblo recuerde y despierte las cosas van a cambiar, pero no es con un documental como se va a lograr.
Nuestros ancestros, nuestros dioses, nuestros espíritus son sabios y aún no es el momento, y nosotros, solo nosotros como mapuches lo sabremos.
Elena subestimo al gobierno. Pensó que estaba en democracia, donde se avalan todas las expresiones culturales y por supuesto las más básicas, las primordiales: La libertad de ver, de hablar, de pensar y de juzgar en libertad.
Pero no, aunque estemos en democracia. ¿Democracia, para quién o quiénes?. Estamos en un gobierno inerte, permisivo con el poder y con el autoritarismo de los de siempre. Débiles para defender a una etnia dueña y señora desde más de 5.000 años atrás.
Es a mi parecer igualmente cómplice. No se puede estar bien con Dios y con el Diablo, aunque en este caso el gobierno parece que aún no sabe quien es quien.
Porque este no es solo un conflicto de tierras, es un problema de: Igualdad ante la ley, Reconocimiento publico, Reivindicación, Autodeterminación, Aprobación de los derechos de los pueblos originarios (aprobados mundialmente, menos por Chile y Estados Unidos), Recuperación de tierras ancestrales, en fin, serian tantos los puntos porque no sólo se ha empobrecido a mi pueblo a la fuerza se le ha despojado hasta de su dignidad y su libertad.
Son pocos los hermanos que miren como antaño, de frente, orgullosos, gallardos, de igual a igual. Mis hermanos, niños y ancianos, bajan la mirada al pasar y van arrastrando su dignidad a paso lento y en silencio.
Mi alma se revela y jura que no será siempre así. Creo en mi Dios Padre-Madre, que no será siempre así, que volverán los guerreros, volverán las sonrisas y la confianza en el futuro (y ya no será más silencio).

Hemos estado aquí 5.000 años antes, divididos en grupos de familias llamado “Lof”, con leyes sagradas dadas por nuestros dioses (Ad mapu).
Estaban conformados por un lonko, toqui en caso de guerra; los sabios compuestos por los mas ancianos; las machis, nuestros médicos; werkenes; werpines; konas; las hermanas que cultivaban, etc.
Cada integrante del Lof era importante y su labor imprescindible dentro de la comunidad, al menos que algún integrante rompiera las leyes del Ad mapu, en este caso se reunía el Lof y analizaba el caso. Si era muy grave se desterraba al integrante del Lof hasta que pagara su culpa. Vivían en paz, al menos que un Lof ofendiera gravemente a otro Lof y el daño no se pudiese reparar, entonces, se llamada a una guerra o malon.
Teníamos un dios principal (Futa Chau Ngenechen), creador del universo y de los hombres. Un dios creador de la naturaleza y todo lo que habita en ella (Ngenmapu). Luego venían los dioses menores, Antu y Kuyen.
Las cuatro fuerzas: Fuerza del agua (Newen Ko), Fuerza de la tierra (Newen Mapu), Fuerza del fuego (Newen Witral), Fuerza del viento (Newen Kurruf). Después venían los diferentes espíritus, algunos protectores, guardianes de los hombres, otros de los animales, otros de las plantas y árboles, otros de las piedras, las montañas, bosques ríos, vertientes, volcanes etc.
Todo tenía un sentido, una razón de ser, de existir, de pertenecer. Tenían un espíritu, por lo tanto, debía ser respetado. Cada vez que se cruzaba un bosque se pedía permiso a los guardianes y a todas las criaturas que habitaban en él, y se cruzaba lo mas humilde posible, tratando de no causar ningún daño. Cada vez que se cortaba un árbol se daba antes las explicaciones del por qué y las gracias por ese sacrificio.
También se respetaba a nuestra madre, la Mapu. Por eso se ocupaba y producía solo lo que se necesitaba. Eso ahora, miles de años después, se llama ‘desarrollo sustentable’, ‘ecología’, ‘permacultura’, etc. No se trabajaba de las 12.00 a.m. a las 16.00 p.m., eso era porque a esa hora salían espíritus perjudiciales para nuestra salud. En esta época eso se llama ‘rayos U.V.’
Observamos el horizonte y supimos de los cuatro puntos cardinales (los Meli Witran Mapu), y supimos también que la Tierra era redonda, que todo tenía principio y fin, que había vida más allá de esta, que todo era masculino y femenino, que no podía existir el bien sin el mal, que no podía existir vida sin estos principios fundamentales. Mirábamos al cielo y sabíamos si se avecinaba un buen o mal tiempo. Observamos a Kuyen Yantú y sabíamos si era tiempo de siembra o cosecha. El viento nos avisaba si iba a llover o no. Eso hoy se llama ‘astronomía’, ‘meteorología’. Hace miles de años ya lo sabíamos.

No existimos después de la llegada de los españoles, aunque la mayoría de la gente piensa que si. Cuando llegaron estos con el sable y su cruz, con el nombre de un Dios desconocido en los labios, que no pertenecía a esta tierra, que no resuena en esta tierra muy joven, para ser reconocida por nuestro pueblo tan antiguo.
En nombre de ese Dios comienza la domesticación, porque no teníamos leyes ni rey, ni cortes, ni vasallos, porque andábamos por la vida viviendo felices y en paz, honrando a nuestros dioses, respetando a nuestra Ñuke, por esa razón éramos “bárbaros” (según ellos).
Entonces, empezó la conquista, el etnocidio, se mataba al que no entregaba sus tierras y pertenencias, al que no se arrodillaba ante la cruz, al que mirara de frente y a la cara, al que se negara a servir como esclavo.
Aprendimos con amargura la triste lección de “obediencia”. Después, los más jóvenes, ante tal aberración, con la ayuda de nuestros ancestros, empezaron a observar y aprender. Robaron los primeros caballos, dándoles respeto y protección, desde ese instante fueron compañeros inseparables hasta hoy.
Empezó entonces la guerra. Se pasaba la voz de un Lof a otro. Todos juntos a pelear. Muy poco se abstuvieron (tembló la tierra, al unísono del paso de sus guerreros). Salieron a pelear jóvenes, ancianos, niños y mujeres.
Bueno, todos conocen la historia. No, en realidad, no la conocen. Sólo saben la que han leído, la que los winkas historiadores han contado, que no es la misma que cuentan mis abuelos, mis antepasados.
Luego viene la Guerra por la Independencia entre los chilenos y españoles, en la cual también ayudamos (porque solos no hubiesen podido). Ni con eso no hay un reconocimiento público, ningún héroe mapuche, como debería serlo.
Después nos replegamos al Biobio. Se dividió al norte, Chile; al sur, la Nación Mapuche o Wallmapu. Hasta que los chilenos dijeron, otra vez, que no podíamos no tener un Dios (aprobado por ellos), un rey, soberano o algo que se le pareciera, una tabla con normas, leyes, valores, etc.
Éramos un peligro latente. Tenían miedo que al no tener un representante válido para ellos, podíamos atacar en cualquier momento. Porque todo era una excusa: La verdadera razón de antes y de ahora se llama “miedo”. Miedo a lo desconocido, a lo que no entendieron y no llegan a entender. Aunque traten de aprender nuestra lengua, nuestra cultura, nuestra cosmología, siempre nos temerán, como son temidas muchas otras etnias.
Su estrategia en todo caso fue buena, acercándose de a poco como amigos, a traerle regalos a los lonkos, caciques y hermanos más influyentes. Regalos tales como ropas, licor, armas, dinero, tierras. Y empezaron a poner en contra a unos con otro, hasta que se sintieron con el suficiente apoyo.
Entonces empezó el enfrentamiento, la “Pacificación” (he oído por ahí). Pusieron hermano contra hermano, y luego ellos atacaron, dando el golpe final. Miles de hermanos muertos, cuerpos apilados, sin distinción entre jóvenes, ancianos, mujeres o niños.
Cualquiera podía ser un potencial peligro, cualquiera que pudiera tomar un coligue o una piedra.
Quemaban las Rukas, quemaban los sembrados, robaban los animales, mataban a los jefes de familias, cosa que no pudieran volver a levantarse.
Mucha sangre corrió, cuentan los abuelos. Los ríos iban teñidos de sangre. Lloraba la Ñuke a sus hijos caídos, muertos por ser libres.
Los sobrevivientes, los que lograron escapar, la mayoría mujeres y niños, sin nada en las manos, fueron replegados a pequeñas porciones de tierras, lejos de sus raíces, compartiendo esas tierras con otras familias que venía de otros lugares, con diferentes newenes y costumbres, sin ganas ya de luchar, con la tristeza en el alma, en soledad y en silencio.
El gobierno de turno las llamo “Reducciones”, hoy elegantemente llamadas “Comunidades”.
Pero, el golpe estaba aun por venir: la ‘Evangelización’, la culpable de enseñarles a mis hermanos que el nombre de nuestros dioses eran sacrilegio; que nuestras costumbres y ceremonias eran paganas. Adoradores del Diablo nos dijeron, nos dicen.
Entonces se produjo el quiebre más grande, y a mi parecer, el más certero. Lo que no lograron las guerras, lo hizo la religión católica y evangélica, que logro que mis hermanos olvidaran los nombres de nuestros dioses. Sumado a esto, al golpe anterior, de habernos quitado nuestras tierras, nuestras raíces, nuestra fuerza y nuestra voz.

Hoy existe “CONADI”. Llamada por mí “CON NADIE”.
Da tierra a algunos hermanos, después de una larga espera, no sin antes llenar una lista de requisitos, si se es afortunado. Las tierras que entregan, la mayoría son sobras que dejan las forestales.
“Las forestales”, “otra ayudita del Estado”. Gobierno de turno, Pinochet.
Estas tierras no sirven. Sin aguas: tierras improductivas, por la explotación de pinos y eucaliptos, absorbiendo por kilómetros las napas subterráneas, secando riachuelos y pozos, desapareciendo hierbas medicinales, muriendo la flora y la fauna, ocasionando un serio desequilibrio medioambiental, cultural, emocional y espiritual.
Esas son las tierras que se entregan lejos de donde viven. Lejos de nuestras familias, vecinos y amigos. Las entregan sin herramientas para trabajar, muchas veces inaccesibles y sin caminos. Pero lo paradójico es que si mis hermanos no trabajan la tierra, se les llama “flojos”.

Entonces, los pocos hermanos se que atreven, como Elena, Patricia, Alex, Matías, como muchos lonkos encancelados, condenados por alzar la voz, por hablar por lo que no pueden… ¿Hasta cuándo?.
Tal vez, hasta cuando nuestra Madre se canse de cómo sufren sus hijos, y tome represarias, como lo esta empezando a hacer y como lo va a seguir haciendo.
Si todo cae, estaremos nosotros de pie, porque conocemos a nuestra Ñuke, a nuestra Mapu, sabemos y respetamos sus ciclos, sus procesos, sus cambios.
Sobrevivimos miles de años, viendo la caída de grandes y poderosos imperios. Por lo tanto, sobreviviremos unos miles más.
Seremos otra vez el Wallmapu, porque se está con la Mapu o se está en contra de ella. Y nosotros hermanos, somos, ni más ni menos que “sus hijos”. Estaremos atentos a cuando ella clame. Entonces despertaran uno a uno a sus hijos, sus guardianes, sus guerreros, y seremos lo de antaño.

Porque somos una nación con memoria, con pasado, con presente, y por lo tanto, con futuro.
Gracias a todos, los que sin ser hermanos de sangre, son hermanos, de espíritu y de lucha…

MARICHIWEU
(Diez veces venceremos)

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